Aunque por la mañana expliquen que el cambio climático es una amenaza para todos y que combatirlo es una responsabilidad de todos, las estructuras capitalistas encienden al anochecer, desde el mes de Noviembre, millones de bombillas que celebran el despilfarro de la energía y la consagración del consumo como valor supremo de la sociedad democrática. Pese a que los ecologistas han denunciado semejante despropósito, los ayuntamientos se escudan en el uso de bombillas de bajo consumo para simular un esfuerzo a todas luces hipócrita. La Navidad no festeja ninguna tradición que no sea la tradición del festejo per se. Ahora bien, la capacidad de festejar algo se ha ido perdiendo a medida que la obligación de festejar se ha convertido en una más de las condiciones para una felicidad visible. En cuanto se populariza el comportamiento alienado de las élites plutocráticas frente a las fiestas, el pueblo queda despojado de su propio comportamiento festivo. Mas en ningún caso puede tratarse aquí de recuperar la fiesta popular de la Navidad: el fomento de la autocomplacencia del pueblo con sus tradiciones precapitalistas no es más que una forma de fomentar la nostalgia de un pasado tan retrógrado como el propio catolicismo. Si alguien desea honrar el nacimiento de Jesús, que lea el Evangelio (S. Mateo. 10, 34):
«No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.«
incontestable y bien escrito, medido pero demoledor a la vez, necesario, actual y crónico al mismo tiempo. De esas piezas que desearías haber escrito tú, que al no ser capaz querrías publicar en el periódico, que al no poder ser querrías pintar en las paredes, que al no poder ser desearías tatuar en la cara de unos cuantos, que al no poder ser… al final, por no poder ser, lo que hacen es animarte a escribir. Y eso es lo mejor que pueden hacer, y sí puede ser… todavía.