Las entidades nacionales construyen marcos cerrados que fomentan los simulacros de excelencia en todos los ámbitos, las glorias internacionales, deportivas, económicas o culturales. Así se explica la construcción de una pista de ski en Dubai, para que Dubai pueda tener una ministra de economía princesa (Lubna), un campeón de ski, y un futuro campeón de Operación Triunfo en versión panárabe desde Beirut. Dubai y Bali son los polos de un deseo de frío, en las ruinas de la opulencia.
El deporte de los jóvenes se supedita a la creación de hipotéticos deportistas de élite. No podrás hacer natación, ni baloncesto en un club si no te enrolas en un ejército con vistas a los resultados. La cultura del deporte arrasa los resquicios de cultura no deportiva. A la Liga, ahora le añaden la Premier inglesa. La condena infernal de resultados semanales donde proyectar expectativas tan irrisorias como ganar una apuesta, una quiniela, una sensación de pertenencia, cumple la función de bálsamo para la sociedad herida por la pobreza existencial. Lo siento: el fútbol es una evasión de la sociedad que vacía la cultura. Es un momento común de lo ajeno entre nosotros. Es la memorización de lo trivial en aras de la eternidad espectacular. Los aztecas renacen cada sábado en los estadios de fútbol, arracando las opciones como se cortan las arterias del corazón, nuestro Corazón Único.
Muchos escritores confunden originalidad y separación. Confunden narración y dedicación. Sólo la búsqueda de la totalidad (tawhîd) en las señales palpables o impalpables, podrá evocar las anémonas de la frase pulida. Ser escritor es terminar siempre atacando un oculto fantasma del silencio, escondido en otra cueva del misterio que nos dispersa. Ma’a assalâma.