En muchas de las obras -poemas, novelas y teatro- que mejor hablan de amor, personajes femeninos recurren a una confidente, así sea hermana, madre, nodriza o dama de corte, para dar todo lo que tienen guardado en el alma, pedir los favores más desesperados, solicitar soluciones azarosas y tirar los hilos menos certeros, aunque más elocuentes. En ese registro, poco puede compararse en intensidad a este fragmento de una tirada de Juliet, en la obra de Shakespeare:
Tybalt is dead, and Romeo- banished.’
That ‘banished,’ that one word ‘banished,’
Hath slain ten thousand Tybalts. Tybalt’s death
Was woe enough, if it had ended there;
Or, if sour woe delights in fellowship
And needly will be rank’d with other griefs,
Why followed not, when she said ‘Tybalt’s dead,’
Thy father, or thy mother, nay, or both,
Which modern lamentation might have mov’d?
But with a rearward following Tybalt’s death,
‘Romeo is banished’- to speak that word
Is father, mother, Tybalt, Romeo, Juliet,
All slain, all dead. ‘Romeo is banished’–
There is no end, no limit, measure, bound,
In that word’s death; no words can that woe sound.
Where is my father and my mother, nurse?
La primera vez que me detuve en estas frases tan obsesivas, libres y esenciales, me llamó la atención la repetición -anáfora- de las fórmulas desaparicionistas: la muerte y el exilio de los dos polos, el de las raíces y el del follaje, la belleza de la nada más cercana a la eternidad. Ahora aprecio aún más la casi ironía lúcida de Juliet ante su propia vida cercenada para siempre.