La portada reproduce una bellísima máscara metálica. Es un rostro a la vez frío y femenino, silencioso y sinuoso como la seducción. Es una escultura del autor Brancusi, y tiene como título «La musa dormida». En cierto modo, entra en diálogo y en contradicción con el ensayo reseñado, porque el rostro humano escapa precisamente a cualquier fijación, es siempre una forma diferente de quien no se deja, indefectiblemente, acantonar en una posición, una mirada o una expresión que lo defina.
La tradición del retrato en Occidente ha producido magníficas obras de figuración psicológica, pero me parece muy significativo que la filosofía pueda poner en duda el presupuesto de un retratista como un pesacdor de esencias. En cuanto a las fotos, creo que no pueden sino confirmar las dificultades propias e insalvablesde tal encerramiento del tiempo humano en una posibilidad sellada, tremenda como la muerte.