Bismil·lâh al rahmán y rahim
Serían años echados a perder, si no recordara el estudio de Fátima Pemán en Sevilla, sus cuadros, los»extintores con sillín de bicicleta», los amigos pintores, el japonés, David. Y lo mismo de los años en Ginebra en casa de Fabrice, su biblioteca, sus canciones, la ilusión del tango. O la torre de babel en Sevilla, con Jacobo, su cuadro del puente de Triana, las tardes de sol, la francesa de las fotos.
Serán vidas echadas al olvido sin la respuesta ahora a la casa de Mariajosé en Madrid, la calle Huertas, el Reina Sofía, la Gran Vía. Sería París menos realismo, menos funámbulo, sin la casa de Pepe, una semana, suficiente para el mito de Ionesco y Père Lachaise. Sería amor de Roma sólo en Fellini sin haber ido hasta allá, porque los Foros menosprecian a los ausentes. También el Museo de Arte Contemporáneo de Roma, donde poder ver las obras futuristas más prohibidas: las de de Chirico.
Y lo mismo vale decir de los argentinos en Lipari, los sevillanos en Tesalónica, los italianos en Escocia, los canadienses en Chequia, los italianos (siempre hay italianos en todas partes) en Túnez, y la visita a Gafsa, y los oasis deshinibidos en medio de las más secas montañas. Sería todo eso como un paseo independiente de todo sentido por algunas calles de Rabat. Como la negación de todo encerrándome más y más en los libros, aquí en el despacho en Baiona, ante el terminal, sin llegar a más término que la posibilidad antiinformativa de seguir escribiendo en Agosto, con el teclado, para un musulmán o una musulmana, desde la ficción…