Cede la ceniza ante el viento del desierto como Mahmud Darwish se ha muerto: volando
como vuelan los pájaros en las páginas de los manuales de guerra, prometiendo volver
algún día de verano, cuando las espigas de trigo muestran los signos del embarazo.
Pero los pájaros no vuelan este año. Solo los aviones salen del aeropuerto, llegan al aeropuerto
y cumplen la promesa de volver todas las semanas del año. Los pájaros en cambio se quedan
hartos de hacer promesas al pueblo que no podrán cumplir. Se quedan en tierra, hacen huelga,
y esperan que vengan los militares dispuestos a darles un disparo. Los pájaros son como el agua,
necesitan inclinación para despertarse. Dormid, pájaros, callados. Dormid, profetas.
El silencio de la ciudad dormida vence la disciplina de los amantes.
La cama de la extrañación se queda sola. Suena un laúd. Despacio.
Mercado de planetas de plata, plata de las lorigas, lorigas como las olas
de las mantas pagadas y devueltas por manos calientes del bazar.
Las preguntas son sencillas, la señales efectivas, silenciosas.
Una pasión concreta se multiplica diez veces,y una pausa dura
diez veces más de lo reglamentado. El tiempo tropieza con los espejos
y cuando por fin llega, el trato ya se ha cerrado. La vida se evapora
con el primer beso de la mañana, y la diplomacia retoma el negocio de la piel.
Se especula sobre las ventajas de inaugurar una fuente,
se discute el precio de la cesta de la compra,
se considera la opción de un nuevo plan general de inspecciones.
Se acuerda por fin declarar el día de fiesta para hoy mismo
para todos los afectados por la huelga de los pájaros.
Las parejas de novios aprovechan para casarse ese mismo día,
y ese mismo día el tráfico de corazones retoma sus prerrogativas
y da tiempo todavía para que el laúd acabe su lenta melodía.
El molino sigue como ayer su candencia de playas
rociando de vez en cuando los poemas con medidas independientes
hasta que la pureza de la harina no deja dudas para la crítica.
Ha sido su mejor poema. Ya lo podemos parar.
Podremos desmontar las piedras, desviar el viento, sellar la puerta.
Podremos cerrar el camino, vallar la aldea, fumigar las tierras.
Podremos tirar la antorcha, perder los caballos, quemar la memoria.
Podremos odiar desde ahora todo lo que la poesía representa.
Odiar el amor de los amantes, la patria de los exiliados, el alminar de Medina.
Odiar la esperanza como se odia la injusticia, visceralmente.
Podremos odiar el silencio de la tregua, y cantar la angustia del asedio.
Odiar las azucenas como el sargento odia al capitán que le ordena
cumplir las órdenes del Estado Mayor para la Guerra Eterna.
Odiar Bagdad, odiar el aeropuerto de Atenas,
odiar las avenidas de las ciudades árabes, odiar las terrazas.
Odiar la playa de Gaza, el puerto de Alejandría, el olor de la leche fresca.
Odiar Palestina, odiar la primavera, odiar la música clásica y las fresas.
Odiar todo lo que parezca árabe, moro, magrebí, sirio, siriaco y arameo,
odiar con todas las ganas la poesía de Al-Mutanabbi, odiar las cerezas.
Odiar desde Marruecos hasta Irán, desde el océano hasta el golfo,
odiar el café, odiar el teatro, odiar la tristeza.
Podremos odiarnos para siempre,
y odiar a nuestro enemigo con inocencia.
El poema ha sido su muerte. Era la mejor despedida. No perdona
que la broma sea un baño de risas, que la escena sea una manifestación,
no perdona que el poema sea la nueva constitución de los derrotados.
Ahora podremos odiar la derrota de los débiles, odiar la miseria de la madre,
odiar los poemas nacionalistas de los perdedores de esta guerra.
El poema será su tumba. Odiar la muerte de la poesía.
El poema será ceniza. Odiar la fuerza del viento.
Ceniza que se lleva el viento del desierto,
odiar al que se va y no vuelve, y vuela,
ceniza al viento de la vida,
rizar la sombra de cenizas,
odiar el rizo de la sombra,
sellar la fuente de la vida.
Adiós a la poesía de esa fuente.
P. D.: Publicado también en webislam, donde han destacado el primer verso y añadido una bella foto.