«[…] funciones propias de un archivista. Lo acepté como un alivio, puesto que no me apetecía seguir mucho más tiempo detrás de ricos excéntricos, necesitaba dar la mano a alguien y que me llevara a la cama. Me acompañó hasta la habitación. Antes de dormir, me puse a leer el Evangelio de Lucas, la parábola del hijo pródigo, una de mis favoritas. […] bella joven sonriente, entregando las llaves.»