Para Búfalo
En las tiendas de relojes, los swatch eran los más intrigantes. Salían cada hora de la tienda, y entre los pitidos y los sueños de Hawai, la repetición era exactamente segura. Los dibujos estaban bien, los textos eran panfletos contra la soledad y disfraces en la calle que danzaban contra el Demonio de los exámenes. Rodaban los árboles a los pies de los gigantes. No quedaban renacuajos, podíamos poner la música alta y hacer cuentas. Polly y Billy corrían más rápido, eran capitanes del equipo de los rutinarios, «esto nos gusta», era atosigante.
En las tiendas de discos, en cambio, yo buscaba en solitario algo de John Lennon y acababa siempre cogiendo Tommy de los Who. Las libélulas se habían esfumado y el corazón estaba más espía que nunca. Leyes adecuadas para los okupas, subdivisiones de momentos críticos para los tipos diferentes de memoria. Polly y Billy ya no ganaban nunca («esto no nos gusta», era triste), los tapices de las peleas estaban llenos de polvo, y mientras nos buscábamos, la luz no se podía ya encender. Luego amontonamos los bomberos, los ferrocarriles, los restaurantes chinos y el gran salto adelante de la poesía escrita. Yo me pondría un swatch para contar las ideas que he tenido que ir borrando.