El neoliberalismo juega, según Christian Salmon, con un anhelo generalizado de identificación con Kate Moss («Todos somos Kate Moss«, Público), y no me extraña que el punto subjetivo extremo de rechazo del neoliberalismo se encarne en su fantasma contrario, la burka, y entendida como burka «Muslima», es decir, de la persona concreta que rechaza «una vida intercambiable y por tanto estilizada, readaptada, y entrenada» a la vida occidental. Con el debate de la burka en Francia, Bélgica, Canadá, Suiza, etc., la frontera social post-schmittiana amigo/enemigo, es decir, beurette/ veuve noire, encuentra su clímax eroticopolítico. El Otro del Yo es La Tapada y Oculta Cara de la Mujer Fantasma. Que su cuerpo, su dignidad y su voz desaparezcan inmediatamente es la consecuencia normal que el feminismo islámico debe conseguir denunciar usando técnicas situjihadistas renovadas. Contra el neoliberalismo y contra el islamofascismo, pero sobre todo a favor de la reapropiación de nuestro imaginario erótico, simbólico y político. La alternativa es una bifurcación sin límites entre las pasarelas que conducen al poder y las que conducen a la comisaría. Entre la trivialidad de la tela y la televisión de la sensibilidad, estado penúltimo y tal vez irreversible de la alienación espectacular, sin usar dramatismos en vano.