La luz se tumba sobre la Plaza del Ayuntamiento de Valencia con severidad patricia, y Antonio reclama la atención de una señora mayor para preguntarle si conoce las islas Baleares. Mónica escribe sentada en la Plaza la Reina tres e-mails, con destino a pintores aspirantes a una plaza de residencia en el Tirant Pictures, el proyecto que coordina con un par de franceses en Valencia, patrocinado por el Canal + francés. No lleva gafas de sol porque a ella esta luz no la molesta, mientras Antonio en la otra plaza sufre con sus cuestionarios que deben supuestamente prepararle para ser un buen profesional del sector turístico, cosas del paro, la formación y las expectativas de futuro. Jamás pensaría que mañana se encontrará con Mónica de casualidad cuando ambos se cruzan -ella andando, él abordando a los viandantes- en sentidos contrarios por el Puente de la Trinidad.
-¿Tienes ganas de participar en un viaje? -va preguntando él.
-Depende de si es por España, no quiero salir de viaje para estar metida en un avión -responde Mónica, mientras le da la mano y se presenta.
-No sé que decirte, por un lado es cierto que Menorca está también cerca y es España, sólo tienes que coger un barco, pero me temo que no te apetece…
-No, pero déjame un folleto, estoy con un asunto y me puede venir bien la dirección. Aunque hoy con internet casi no hace falta tener nada.
Dos semanas después, cuando Antonio y Mónica ya se empiezan a conocer mejor y suelen quedar para pasear por los Jardines del Real, las revoluciones emocionales recorren los intestinos de Antonio, que elabora para disimular una teoría sobre las ventajas definitivas del ambiente semirural comparado con el agobio de las grandes ciudades. Mónica argumenta que las posibilidades están donde están, y que ahora que lleva ya unos años instalada en el centro, no cambiaría su piso fácilmente. Cuando la lluvia empapa las acequias y la ciudad chorrea las palmeras y los macdonalds, Mónica besa luminosamente a un Antonio frágil y tembloroso, le gustaría tener algo que proponer a cambio, mejor que sus manos papeladas de secretario de empresa de seguros, pero no puede, no tiene.
Mónica se ha ido al aeropuerto, apenas se han estado prometiendo visitas durante la comida. Ahora en la Catedral, enfrentado a un señor barbudo y ausente que no sabe si debe nombrar «Padre», pues su pudor le dará náuseas si se llega a sentir parecido a un fervoroso católico, Antonio medita si hará bien yéndose él también, pero él a Menorca, para hacer lo que se supone que es su gran oportunidad, trabajar en la temporada que comienza ya, en mayo. En medio de los turistas ingleses ahora dedica sus esfuerzos a intentar apreciar los colores del cielo, pero hay algo en las nubes que le recuerda siempre la frivolidad de los aviones, la metálica vibración de los términos empleados por Mónica para explicar su decisión: «los pintores necesitan una persona alegre, yo necesito ayudar, no ser la mejor amiga de unos pijos grafiteros que llegan aquí forrados con dinero del fútbol codificado. Me voy a reciclarme en terapias sociales, no me esperes si no estás seguro de quererme».
-¿Tú sabes dónde tú puedes alquilar habitación con balcón y piscina? No, es un broma, es que tú estás, tú sabes, parado, y qué estás…
El joven inglés que habla tan bien español porque estuvo antes viviendo en Salamanca un año le interrumpe en plena elucubración sobre la decisión definitiva que debe Antonio tomar para encauzar su vida. Casi se lo agradece, así puede deshacerse de la ideas más preocupantes. Se da cuenta de que odia el servicio directo, que es todavía algo que se paga, pero mucho peor a nivel emocional que las encuestas a pie de calle, que los dedos de los ingleses son tan deformes como las uñas de las señoras valencianas. La decisión de marcharse a trabajar a Menorca ha sido un error, pero no se atreve a regresar, y tampoco sabe si Mónica tiene todavía un hueco para él. Pero sí se entera que ella lo tiene, porque precisamente esa misma noche hablan por fin por teléfono y ella le dice que vuelva a Valencia, que ya tienen un plan alternativo, es un proyecto de las grandes empresas automovilísticas que desean fomentar la interacción entre velocidades humanas y mecánicas, se estrenará en Valencia y durará por lo menos durante seis meses, reacciones positivas entre coches y peatones, un fair-play piloto que se ejecutará con fondos de la obra social Mitsubishi. Mónica quiere que Antonio vea el piso, le encantará, es un ático con vistas al cielo. De hecho las nubes bajas de neblina horchata están impidiendo que tres días después un mirón desde una azotea lejana se deleite con los abrazos eróticos que allí se dan los dos.
(la imagen es un cuadro de Miró, Soirée Snob Chez La Princesse, tomada de Arte Spain).
Encáname este conto abenyusuf. Os encontros e os paseos son as veces extraordinarios.
Os paseos polos xardíns, é as luces poden ser fíos.
Quérote.