«-Qué hace el sábado por la noche?
–Me voy a suicidar…
-¿Y el viernes por la noche?»
Minuto 34 de Sueños de un seductor.
Las bromas de Woody Allen suenan a manicomio con micrófonos, a selva de neuróticos con grandes aspirinas de frustraciones, a mares de enumeraciones de violencias verbales edulcoradas por el humor verde. La pareja como inversión: inversión de esperanzas e inversión del amor, esperanzas calculadas y amor a partir del desengaño. No sirve el amor que no es un pellizco, un flechazo, nos repite sin falta en cada película transmédica. Casi por cúmulo natural, el eterno estrépito añade mentiras con cola a mentiras con faldas, y alusiones subculturales con la fuerza del chisporroteo de una sartén que se quema. ¿Maestro del cine cómico, un individuo genial y ególogo? ¿Geólogo de joviales juegos de adolescente casero? ¿Cansino machista filtrado por una temática glamurosa? En cualquier caso, más que un mítico con melena, Woody Allen es un partisano del rapado a cero con peluca.