Tu condena tiene un aire de familia, lo más grande que llevas dentro lo llevas tatuado, tu mundo es un sueño de una fábrica de Lou Reed molesto con la luz de los focos de la fama. Porque París tiene manicomio para pintores y baile de salón para tramposos de la música.
París o el placer de repostar gasolina por los rincones; Paris o Pere-Lachaise: Jimbo y Balzac; Paris y la recompensa del naufragio.
Yo estaba allí. Te vi entre toda esa gente. Saltabas y cantabas con la misma garganta de soda, limón y cerveza. La poesía en el guardarropa y en el bolsillo suficiente para un par de noches divertidas. Yo estaba allí, y mientras pedías otra ronda yo pensaba que el pinball era un invento genial; mientras gritabas me manchaste el pantalón y no te diste cuenta; mientras te largabas con aquella gente yo estaba en la puerta porque me estaban invitando.
«Punks de boutique!» – te encarnizabas con el prójimo antes de vomitar la primera cerveza, «hurriya!» – decías, por aquello del subconsciente. Llegaste a casa y te solté un discurso postmodernista mientras te quedabas dormido despiadadamente.
Tú también estabas allí.
Tú eras el de la bandera.
¡Qué guapo!