Poco tiempo en Marruecos me ha servido de todas formas para entender que el problema básico que impide un cambio considerable en el seno de la sociedad marroquí hacia la democracia es el poder de presión social de una clase dominante conservadora para la cual el islam es un mecanismo de control férreo de la vida cotidiana de las personas. Sin querer entrar en lo que podría ser el islam y no es, la posibilidad de eludir la cuestión sociorreligiosa a la hora de analizar el retraso político en la sociedad marroquí es un fraude intelectual. La juventud marroquí paga un precio carísimo por estar encorsetada en una moral en muchos casos ambigua, en otros hipócrita y en la mayoría de los casos una mezcla de idiotez y cursilería. Ya he comentado, y no he sido el primero, el peligro de kitsch en ciertas estéticas de lo andalusí. Creo que puedo extender sin problemas esta preocupación a los conductos de diversión y de entretenimiento de la juventud en Marruecos.
He comprobado también que hay energías, inteligencias, conexiones y especificidades únicas en Marruecos que no deben menospreciarse en ningún caso. Una de las mayores virtudes de dicho país es la extrospección constante de sus intelectuales, artistas y vanguardias situadas en la exploración. Las verdades son más falsas vistas desde fuera, y nunca he entendido mejor las carencias de Europa como proyecto que ahora, cuando he sentido la riqueza que se queda fuera de las interpretaciones funcionales de la Historia. Sin la evacuación de viejas ideas, la construcción de Europa será una agonía excluyente y que no dejará más huellas que cemento y muchos hospitales. Al mismo tiempo, también creo que Marruecos tiene su futuro en su conexión integral con sus vecinos europeos.
La batalla por la democracia en Marruecos no puede seguir una dicotomía, estéril y triste, entre lo nacional y lo europeo. El país debe curarse solo de todos los tabúes asociados a la tríada irreal, que recuerda la tríada de la Guardia Civil (y sus respectivos tabúes asociados). No hay más camino que la ruptura estética, generacional, discursiva, con la clase dominante, compuesta por altos funcionarios, políticos del sistema y fortunas del cemento. Y del mismo modo, los extranjeros tenemos que aprender a escuchar y ver en Marruecos otro país para que no reconozcamos demasiado en él lo que no nos gusta del nuestro: su pasado y su presente hechos de obstáculos, frenos y trampas.