El machismo es eminentemente cultural. Por supuesto, se podrá considerar que procede de determinismos animales, pero estoy convencido de que nos educamos, nos hacemos machistas, y que la educación por la igualdad es sobre todo desmantelar buena parte de los valores que nos transmite la sociedad principalmente a través de la televisión, especialmente la publicidad, aunque quizás cierta publicidad empiece a cambiar, y el cine y las series, tanto americanas como europeas.
Es muy probable que se insista a menudo en otros canales de transmisión del machismo, como puede ser la religión, el ocio, la familia, el entorno en la calle simplemente. Creo sin embargo que la religión no tiene en España, por centrar el análisis, auténtico poder como para modelar el comportamiento y orientarlo hacia el machismo, y que, en cambio, la influencia de cierto cine de Hollywood transmitido en televisión es, en ese sentido, mucho más profunda, y está menos señalada a la hora de considerar los problemas estructurales en la lucha contra el machismo y la violencia de género. Mientras que el discurso religioso está desvalorizado entre los menores de 40 años, debido al desprestigio de la Iglesia Católica tras la caída del franquismo, el cine de Hollywood de acción y aventuras ha gozado y sigue gozando de una impunidad total para asentar figuras dominantes totalmente antipedagógicas: el chico duro y que pega, la chica débil y sumisa, el niño hiperinfantilizado y el sistema social inoperante y ajeno. Es el marco ideal para el desarrollo del héroe. Lllevado a la vida cotidiana, sin un diálogo de deconstrucción que desmonte la esencia misma de esos contravalores, se exacerba su dinámica en un microcosmos de un piso o una casa, donde los problemas se vuelcan en las pocas personas que rodean al «héroe dormido».
El Estado pide que haya una involucración ciudadana en la lucha contra la violencia de género, alentando por un lado que los testigos denuncien e intervengan, y animando a las víctimas para que luchen: denunciando, resistiendo, superando. Es más difícil que consiga que la cultura contribuya en ese esfuerzo -ciertos directores, y directoras especialmente, ya lo hacen-, pero al menos ha puesto en marcha una asignatura de Educación para la Ciudadanía, y desde ciertos canales de televisión se informa mediante reportajes y anuncios institucionales sobre qué deben hacer las víctimas y qué retos tiene el Estado, principalmente proteger más y mejor, mejorar la justicia y garantizar el acompañamiento asistencial y económico a las mujeres víctimas de maltrato para que rehagan sus vidas y las de su familia. Mucho menos parece que está dispuesto a hacer en lo que respecta la programación general en sí. Es cierto que en un país con amplios sectores pirvados, el Estado no puede ordenar qué emiten los canales de televisión, que programan según intereses de audiencia. Si además el machismo viene dado en productos superficialmente morales («lucha contra el crimen») e impregnados de prestigio (como todo lo que proviene de Hollywood), la ideología asesina fluirá dulcemente en los mecanismos que mejor ruedan y últimos ejes de vida sociofamiliar, nuestros terminales de la TDT.